lunes, 23 de agosto de 2010

Todos Somos Actores

Sí, lo sé, es una afirmación rotunda empezar con este título, pero daré mis argumentos para poder demostrarla. Cada vez que voy a un teatro o veo una película me quedo maravillado. Por un tiempo soy capaz de meterme en otra dimensión donde la percepción de todas las cosas cambia radicalmente. Y sobre todo, valoro el gran trabajo de los actores, que si son buenos, conseguirán hacer aun más creíble la historia. Son unos pocos privilegiados los que consiguen actuar en un escenario o aparecer en una pantalla, es lógico que ser actor sea algo tan cotizado.

Ahora me pregunto, ¿cuántas veces me convierto en actor a lo largo del día?... Todo depende de las situaciones que tenga que atraversar, pero hay muchos momentos donde no puedo mostrarme tal como soy. Presiones externas, normas o la incomodidad son algunos de los incontables elementos que hacen que no podamos comportarnos tal cual somos. En muchos momentos llevamos pequeñas máscaras que no son perceptibles bajo las miradas de resto de personas que nos rodean. Me atrevo a decir que todos las llevamos.

La actuación y la ficción siempre han estado presente en nosotros. Por muy naturales y transparentes que seamos siempre necesitaremos utilizar algunos elementos para protegernos o conseguir alguna meta, solucionar un problema, etc.

Todo el mundo dice que debemos ser como somos, que cada uno tiene que mostrarse tal y como es, con sus defectos y sus virtudes, con sus gustos y creencias... Pero yo cada vez que transito más y más en esta experiencia llamada vida, veo el mostrarme como soy algo verdaderamente difícil y solo siento que dejo de llevar esas pequeñas o grandes máscaras cuando me encuentro rodeado de aquellas personas que con sus miradas consiguen atravesarlas. Lo difícil de esta vida no es ser uno mismo, sino mostrarle como eres a las personas que te rodean

viernes, 20 de agosto de 2010

Las pequeñas huellas

Una vez más la inspiración me viene a la hora que no debe, mi lugar debería ser probablemente un sueño o al menos estar tirado sobre mi cama, pero no, aquí me tiene pegado al teclado, arrastrándome a escribir algo con ella. Pues es una parte de mí que a veces irrumpe sin que yo lo ordene, y cuando más la necesito no está, es una relación complicada. Pero esta vez no se saldrá con la suya, intentaré plasmar la idea que ha venido a traerme. Imaginemos una playa, pero tendré que dar algunas pistas sobre el lugar en el que nos encontramos. Es una playa vacía, estar rodeado de miles de familias con pequeños chiringuitos, tíos con cuerpos de gimnasio mezclados con cuerpos de bar y bonitas extranjeras asando sus encantos al sol no es un sitio que me inspire demasiado. Volvamos a esa playa vacía, donde dentro de unos pocos minutos empezará el atardecer. El mar está en calma, aunque el pequeño rugido de alguna ola nos advierta que está ahí, vigilándolo todo. Andar por la arena cerca de la orilla me ha resultado siempre algo mágico. Podéis pensar o ponerme cual adjetivo para describirme, desde friqui hasta cursi, pero es una sensación bastante peculiar. Podría detenerme a describiros mil aspectos de lo que me transmite, pero me centraré solo en uno, las huellas.

Siempre comparo las huellas que producen mis pies en la arena con el tiempo, quizás sea una comparación odiosa o no muy afortunada, pero la idea es sencilla, mientras que vamos caminando vamos dejando una serie de huellas que indican que hemos caminado por allí, una especie de prueba de ese maravilloso paseo. Pero cuando avanzamos unos metros las olas han borrado nuestro camino. El tiempo es parecido a las olas del mar, poco a poco nos va devorando y hace que las cosas se pierdan. Nos encantan los recuerdos, y ahora gracias a la tecnología podemos hacer “pequeñas huellas” que sean imborrables: como una fotografía, un video o un diario. Podemos protegernos del olvido de aquellas sensaciones y experiencias que han sido importantes para nosotros. Muchas veces recordar ciertos momentos será una de las claves para lograr que nos sintamos mejor. Creo que es importante saber protegerse ante el tiempo y poder guardar las mejores emociones que sintiéramos en esas pequeñas huellas, para que nos permitan volver a recordar algo importante para nosotros. Pues al final son nuestros recuerdos de los hechos, y no los hechos en sí, los que guardamos. Vivimos más tiempo con nuestro recuerdo que con la propia acción, por eso es bueno quedarnos con los detalles para poder disfrutarlos tantas veces como queramos. Es cierto que también hay recuerdos malos y dolorosos, con ellos hay que dejar que el mar los borre. Aunque aprendamos de ellos, muchas veces es mejor construir buenos recuerdos sobre ellos. Al fin y al cabo, el tiempo está ahí, pero somos nosotros los dueños de decidir qué pasos debemos tomar mientras lo atravesamos.


Próximamente la entrada sobre el sentido de la vida, siento si esto no está lo mejor redactado pero quiero dejarlo como ha venido. Ahora mi inspiración se ha marchado y ha dado paso al sueño. Espero que vuelva pronto.

Gracias por leerme.

martes, 17 de agosto de 2010

Presentación

¡Hola!, es la primera vez que hago esto y me dirijo a tí con estas palabras. Puedes darle el tono que quieras a ellas, tanto el de tu propia voz como el de una persona cercana a tí, siempre que sea aquel que te haga darlas un valor aun más especial del que poseen. Te preguntarás porqué hago esto, yo también me lo pregunto, quizás sea un experimento o una nueva experiencia, quien sabe... cualquier hipótesis puede ser correcta, siempre que encaje con aquello que persigues. No deseo alargarme ni incrementar tu aburrimiento por lo que esta entrada será corta. Te propongo algo, no es nada malo, consiste en que pienses durante unos segundos en que significa para tí la expresión "el sentido de la vida". Parece una tarea fácil, o quizás no tanto...

La mía la sabrás en poco tiempo...