jueves, 16 de febrero de 2012

Cuento de Verano

Cuentan las leyendas que un viejo Mago habitaba en uno de los rincones más misteriosos de un planeta llamado Afrak. Nadie podía ver el lugar con sus propios ojos, ya que un hechizo hacía que su localización fuera imposible a los sentidos de los seres que allí habitaban. El sitio era una majestuosa torre de muchísimos metros de altura. Tan impresionante era que hasta la punta del edificio se perdía en el interior de la oscuridad del espacio.

Allí, el Mago tenía una importante misión: crear las nubes que irían a todos los lugares del planeta y que permitirían que la vida continuara día a día. Los habitantes de aquel idílico lugar pensaban que la formación de nubes se realizaba a través de una serie de pasos que cualquier niño podría ser capaz de enunciar en una pequeña porción de tiempo. Sin embargo, era el Mago el encargado de crearlas en una de las zonas más recónditas de la torre. Además, consiguió crear un hechizo que permitía que las nubes fueran cambiado de forma cada cierto tiempo. Pero para que éstas lo hicieran deberían ser antes contempladas por los ojos de alguna persona, pues era la imaginación la que moldeaba como por arte de magia a la nube. Todo ello servía para que la gente utilizara la imaginación y creatividad, pues son dos de los pilares sobre los que se asienta la vida. Algunas veces que el Mago abandonaba la torre se dedicaba a viajar y a observar a las habitantes de Afrak. Se sentía muy satisfecho cuando la gente miraba al cielo y se detenía a contemplar las nubes.

Pero poco a poco los habitantes del planeta fueron creando y creando una multitud de objetos e ideas que les hicieron separarse de muchos elementos con los que antaño sonreían. Un entramado de ideas rodeaba sus mentes y todos se encontraban perdidos en un mundo abstracto donde la felicidad se alejaba segundo a segundo de sus mentes. El Mago estaba muy mayor y sabía que le quedaban sólo unos años de vida. Ahora debía elegir a alguien para que continuara con su labor, al igual que hizo el anterior Mago con él. Viajó por todos los rincones de aquel mundo y observó cómo sus habitantes estaban tan ocupados que ninguno miraba al cielo. Las nubes eran homogéneas y estáticas ya que ninguna imaginación se prestaba a transformarlas. Con cada paso que el Mago daba, su frustración y tristeza eran mayores. Sabía que si no encontraba a nadie el mundo desaparecería.

Muchas veces se preguntaba si un planeta en el que viviera gente así merecía la pena que siguiera existiendo. Un mundo donde la mayoría de personas había dejado de valorar aquellas cosas básicas y regaladas por la naturaleza. Un mundo donde lo creado tenía mucho más valor que aquello que existía ya desde hace miles de millones de años. El Mago, empleando un gran esfuerzo debido a su edad, se subía a lo más alto de la torre. Desde allí podía contemplar todas las nubes. Tenía la esperanza de que alguna cambiara, tenía la esperanza de encontrar a alguien que todavía pensara de una forma distinta a la mayoría.

En una noche de desesperación, el Mago rompió a llorar. Unas semanas restaban para el final de sus días y sólo podía contemplar cómo el mundo se iría tornando en el ocaso. Como todas las noches a esa hora se encontraba en la punta de la atalaya. Algo maravilloso pasó. Sus numerosas lágrimas se fundieron entre la oscuridad del universo y crearon extrañas formas. Millones de puntos brillantes aparecieron iluminando la oscuridad de la noche. El Mago se quedó asombrado ante la aparición de su mejor truco. De repente, las pocas nubes que había empezaron a cambiar como antes nunca lo habían hecho. Esa noche todo el mundo salió de sus hogares a contemplar el extraño milagro que había aparecido ante sus ojos. El Mago también se camufló entre ellos para disfrutar de aquella maravillosa estampa.

Muchos nombres escuchó el Mago durante la noche sobre qué eran esas cosas. Pero fue estrellas la palabra que más le gustó para llamarlas. Gracias a ellas, todas las noches, muchísimas miradas se perdían en el infinito imaginando qué serían y qué significarían. Pero no solo eso, la gente recuperó el interés en la naturaleza y volvió a levantar la vista hacia todo aquello que no era explicable por sus conciencias. El Mago consiguió encontrar a un aprendiz antes de su muerte y el ocaso del mundo se situó junto al olvido.

Y de este modo surgieron las estrellas. Cuya única misión fue la de iluminar los corazones de las personas que habían dejado de creer en la verdadera definición de la belleza: algo que nos absorbe sin poder explicar realmente la razón de porqué lo hace.

1 comentario:

Sîan dijo...

¡Qué bonito cuento! me ha gustado mucho! Escribes fenomenal, y expresas bien la idea que quieres transmitir! Me ha recordado a otro libro que describe la obsesión que tenemos por lo material, el trabajo, la producción, el consumo...y se olvida otras cosas tan importantes como dices tu, representadas por la naturaleza. Dice así (recito, pues no tengo tu don de escribir jaja) : Los Papalagi (los hombres blancos) realizan infinidad de cosas a base de mucho trabajo y privación, cosas como anillos para los dedos, matamoscas y recipientes de comida. Ellos piensan que tenemos la necesidad de todas estas cosas hechas por sus manos, porque no piensan en las cosas que el Gran Espíritu (la naturaleza) nos provee (...) Lanzad vuestros ojos al horizonte más lejano, donde el ancho espacio azul descansa en el borde del mundo. Todo está lleno de grandes cosas: la selva, las lagunas, la arena (...)¿Por qué hemos de ser tan locos como para producir más cosas ahora que ya tenemos cosas tan notables que nos han sido dadas por la Gran Naturaleza?

Y dice también, lo que enfatiza la obsesión por producir (y que me hace mucha gracia): Cuando han hecho el caparazón de una tortuga un objeto para arreglar su cabello, hacen un pellejo para esa herramienta, y para el pellejo una caja, y para la caja, una caja más grande.

Creo que algunas de esas ideas pueden verse en tu escrito...y sino, así lo interpreté yo!

¡Sigue escribiendo!